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El paracaídas

  • Foto del escritor: soytuagapimu
    soytuagapimu
  • 10 abr 2020
  • 1 Min. de lectura

Hace años viví unos meses en Heidelberg (Alemania). Siempre quise viajar a Berlín y en cuanto pude, cogí un tren y me fui a pasar unos días a la casa de una amiga. El viaje fue largo, algo más de 10 horas. Los pasajeros subían y bajaban. En una de las última paradas se sentó a mi lado un chaval que terminó por dormirse en mi hombro. Cuando llegamos a Berlín le desperté. Charlamos un rato, me acompañó hasta la casa de mi amiga y me dio su número de teléfono. Al día siguiente quedamos y me eseñó la ciudad: fue la primera vez que me comí un kebap volviendo a casa de madrugada (aquí aún no se llevaban).

Semanas después, viajé en coche con mis compañeros italianos a Frankfrut y estando de paseo, recibí un SMS de Gerit (así se llamaba el bello durmiente), me preguntaba dónde estaba.

Resultó que él también estaba en allí y resultó que tenía que volverse a Heildelberg así que le dije que se viniera con nosotros en el coche. De camino rozó mi mano, me acarició, me besó y esa noche dormimos juntos.

Estuvmimos juntos unos meses, él allí y yo aquí ya en Madrid y yo fui y él vino y en algún momento dejamos el ir y venir pero siempre le recordaré con cariño. Él era paracaidista y me mandaba fotos de sus pies en pleno salto.

Según google, si saltamos desde una altura de 5000 metros, tenemos 1 minuto como máximo para abrir el paracaídas. En el aire, la adrenalina se dispara provocando una sensación de eufórica libertad y hace que, a veces, apuremos demasiado los segundos.


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