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Elena

  • Foto del escritor: soytuagapimu
    soytuagapimu
  • 31 may 2020
  • 2 Min. de lectura

Elena, María, Sara, Nacha, Heldina, Esther, Magdalena, Antonia, Blanca, Ayia, Titita, Marta, Lilian, María Teresa, Yaya (Marta) y Araceli.

En este artículo el orden de los factores si altera el producto. Las dos primeras menciones son en honor a mis abuelas, el resto a las abuelas de mis seres queridos, este artículo, a todas las abuelas del mundo.

Defenderé siempre la teoría de las abuelas como ángeles que hacen de nuestra infancia, muchas veces exigida, un momento inolvidablemente bello de la vida. Es que a diferencia de como lo presentan, la infancia no es fácil, uno se enfrenta a la incorporación de normas, ideas e información que no entiende para que debe asimilar, para luego entonces respirar y saber conscientemente que tiene a su cómplice de “desobediencia” que le permite ejercer la parte mas divertida de un niño; jugar, fluir, ser!.

El primer gran amor de mi vida fue mi abuela Elena. Ella validó empíricamente esta teoría (creo que la foto lo demuestra). Y sin desmerecer el amor cariñoso de mi abuela María, con la que compartí muy poco lamentablemente, mi historia en este blog merece ser dedicada a Elena.

No entiendo como amando tanto escribir, nunca lo hice sobre ella, tal vez el dolor de recordar su ausencia física me juega una tramposa pasada. Lo paradójico es que escribo gracias a ella, y a esa maquina de escribir vieja que dejaba en la mesa a la hora de la siesta para que desarrolle este amor por las letras, por el pensamiento critico, por la libertad de expresar mis sentimientos.

Las 4 de la tarde era el horario ya establecido para escapar a su casa, que por suerte estaba cerca de la mía. Primero contar como había sido mi día hasta ese momento, para que luego ella comenzara a pensar que cocinaría para cenar (si, las mujeres de su generación vivían casi en la cocina). Eran charlas sin fin, yo le leía lo que escribía, ella me contaba sus historias, juego de cartas que nunca faltaba (al que, descubrí mucho después, se hacia perder para que yo me lleve el premio).

En fin, seguramente esta descripción sea más que común para quien lo lea, pero confieso que peco de egoísta, y el solo sentir nuevamente esa sensación de útero al escribirlo me llena el alma, justifica aún lo sencillo del relato.

Es más, debo aceptar algo horrible; envidio a mis amigos que aún tienen a su abuela/s con ellos. Es una de las pocas cosas por las que volvería el tiempo atrás, sentirme nieta de nuevo.

(Gracias Corina por esta entrañable historia)


 
 
 

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